jueves, 2 de abril de 2009

Dormirse de amarillo e ir a buscar la melosa paleta
caminitos huecos y perdidos que nos encuentran con toda infancia.
Retorno a la simplificación.
La creación bulle, silba por los poros.
Lejanos, lejanísimos puertos sin mar.
Todo está acá detrás de mis ojos.
Todo acá, en la palabra lujuriosa del silencio,
en la luz festejando el quiebre de la oscuridad.
Todo en mis dedos que recorren finas uniones de mi cerebro al tuyo,
al aquel que rescata recuerdos, al amarillo que retorna a su círculo.
Al desenfoco de textualidades.
¿Qué son las palabras más que intentos de proyección, de juegos de planos superpuestos, deseantes de ser sintetizados?
Melodías aúllan en mis oídos, se enmarañan en gargantas secas de no decir
y soplan e inventan,
se renuevan y recomienzan.
Laberintos perfectos, laberintos sin salidas, a que no sea la de la entrada.
¿Quién nos manda a matarnos cuando podemos dormir, cuando podemos recomenzar?
La paz entra a mi cuerpo como un hilo azul, sigue… sigue, sigue.
Llega a los pies y hace munditos bajo tierra.
Emprende el camino de regreso, se expira en una gota de mar.
A tientas de nuevos colores, hay un nuevo paisaje.
No hace falta el amarillo, en el color que fuera, pero dormirse.
Así despertar para nadar.

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